Del 3 al 7 de marzo nuestra hermana, Ascensión Redondo estuvo con nosotras para compartir el
seminario “Profetismo en nuestros
fundadores y Justicia, Paz e integración de la creación”; a simple vista parecía qué eran dos temas
diferente, sin embargo a medida que íbamos avanzando en la reflexión estaba
claro que el profetismo y la justicia van
de la mano. Como diría en un
artículo escrito por Faustino Vilabrille “Donde hay una injusticia allí tiene
que haber un profeta”.
Partimos de la experiencia del profetismo en el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, teniendo claro qué los rasgo del profeta, son iguales en todos los tiempos. Son hombres y mujeres qué: Hablan de parte y en nombre de Dios.
Su mensaje tiene como objetivo anunciar y denunciar las injusticia, provocando en los que escuchan una conversión. En un principio nadie quiere escuchar al profeta intentado desvirtuar su mensaje, todos los profetas saben que su mensaje trae consecuencia como es el martirio. Su mensaje es verás porque detrás nace y se alimenta de una vida mística y del contacto cotidiano con el Misterio de Dios
Sabemos que el profeta por excelencia Jesús, el centro de su experiencia
y anuncio lo ocupará el “Reino de Dios”, Jesús testimoniará con su
vida, que Dios es el Dios de la vida, preocupado de que sus hijos tengan una vida digna y justa. Sufre
al ver la distancia que hay entre el sufrimiento de la gente desnutrida
y enferma, y la vida sana que Dios quiere para ellos.
También
nuestros fundadores se sintieron envidados y mensajeros de Dios, cercanos al pueblo. Ambos desde su propia identidad carismática, denunciaron los males que afeaban el rostro del a
Iglesia, pero al mismo tiempo, anunciaron
el camino que la
Iglesia debía seguir para conformar la realidad con el
proyecto evangélico de Jesús: La Reforma , la Nueva misión, la Nuevas orden, los nuevo
Apóstoles. No sólo detectaron los males
que amenazaban a la
Iglesia de su tiempo, sino también supieron aplicar los medios más oportunos y eficaces
para restaurar su hermosura, cada uno
(París y Claret) desde su propia vocación peculiar pero siempre en
estrecha y en mutua colaboración.
Hoy dentro de la Iglesia la Vida consagrada
está llamada a reavivar el espíritu profético, lo importante no es repetir y conservar sino abrirnos al futuro, lo decisivo no es la
observancia sino el seguimiento de Jesús, no es la estructura sino el Espíritu profético, no es le numero
sino o la calidad de vida evangélica que
irradia la comunidad. La renovación que necesita hoy la Iglesia no vendrá por vía
institucional, sino por caminos abiertos por le espíritu profético.
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